Rodrigo Alonso, 1997

Metáfora de un Crimen Perfecto
por Rodrigo Alonso, para Revista Sin Cortes, Julio/Agosto 1997

Calmada y sigilosamente, un lobo persigue a su presa. Enemigos ancestrales en las resonancias del mito y de la fábula, hombre y lobo demoran su encuentro hasta que la proximidad los enfrenta a sus destinos de víctima y victimario. Aparentemente nadie está allí para perpetuar la memoria del hecho que sin embargo se ha consumado frente a nuestras propias narices.

Si el mundo no es un crimen perfecto, como sostiene Baudrillard, es porque siempre deja rastros. Eso rastros son aquí, la imagen y el sonido, testigos silenciosos de un encuentro en espacio y tiempo indeterminados. Lentos travellings acompañan al perseguidor en su búsqueda, precisos planos-detalle secundan a la víctima hacia su destino seguro. Pocas imágenes son necesarias para dar vida a la tragedia: una luna oculta entre las nubes, un caminante errante, un animal al acecho ...

Inspirado en El Crimen Perfecto de Jean Baudrillard y en las imágenes del artista plástico Eduardo Molinari, Ricardo Pons construye su Metáfora de un Crimen Perfecto a partir de unos pocos rastros y evidencias. Las imágenes se suceden con una cadencia muy cuidada, aún a despecho de la acción que se precipita hacia su desenlace fatal. El sonido completa el contrapunto con la imagen, alternando entre la música incidental, la sonorización "realista" y la traducción de estados y situaciones que atraviesan a los protagonistas.

Un sólido manejo del montaje -el verdadero "criminal" de la historia- y de las estructuras narrativas, hace de Metáfora de un Crimen Perfecto una invitación a la poesía y la contemplación. El ritmo lento y pausado de las imágenes genera una creciente expectativa que se que se traduce en una densidad dramática notable, sustentada por pocos núcleos de acción que se suceden a la manera de los capítulos de un libro.

La trama es claramente narrativa, aunque no deja de lado la interpretación alegórica. Más allá del hecho puntual del crimen se insinúa el debate del hombre entre la naturaleza y la tecnología, introducida al relato a partir de la figura recurrente de un enigmático avión.

El tono azulado en el que se funda la presentación visual de la historia borra los contrastes pronunciados pero sin eliminar las texturas ganadas a los objetos por un acercamiento extremo a sus superficies. De la misma manera, el montaje tiende a la supresión de los contrapuntos violentos a través del recurso constante al reemplazo de las imágenes mediante una sucesión de fundidos encadenados.

La economía de recursos y una sabia dosificación de los efectos ponen en evidencia el oficio de Pons en la realización electrónica. La sólida inspiración filosófico-literaria y el influjo visual de las artes plásticas -a las que Pons se encuentra ligado desde hace varios años- enmarcan conceptualmente a esa obra que, como toda metáfora, excede su propia realización audiovisual para proyectarse en el universo de sus múltiples y libres interpretaciones.